Juanito es miembro del club de los que viven en el Camino. Lo sigue sin importar en qué dirección, buscando un albergue que necesite un hospitalero. Especialmente, en invierno. El Ayuntamiento de Burgo Rainero es su última parada. Me recibe en el frío de la lluvia torrencial con un abrazo demasiado fuerte para un esqueleto diminuto y huesudo, y con ojos dulces y tristes.
El albergue no tiene calefacción, solo una antigua estufa de leña de la época de Domenico Laffi, que pasó por aquí hace siglos. Somos pocos y nos reunimos alrededor de esa llama, esperando una cena comunitaria que mezcle kimchi con carbonara.
Juanito se ha convertido en parte de nuestro viaje. Nos ofrece un chupito para calentar una noche helada. Se acuesta en el suelo frente al fuego ahora extinguido y se derrumba en un sueño profundo. Una vela que permanece encendida a su lado lo ilumina, alma solitaria.
Por la mañana, cuando cremalleras y frotamientos de plástico comienzan la banda sonora de un nuevo día, Juanito duerme con ese ronquido arrítmico y en dos tonos de aquellos que todavía están en el fondo del saco de sueños. Sin embargo, cuando estamos a punto de salir, de repente, se levanta como si el sueño hubiera terminado, viene hacia nosotros, nos abraza con fuerza y pide suavemente una ayuda para continuar su vida en el Camino...